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Taiwán debe exigir a EEUU su inclusión en el sistema de la ONU y no a la entidad internacional

Asumo que así como yo celebro las recientes declaraciones del Ministro de Relaciones Exteriores de Taiwán, Joseph Wu, sobre sobre la histórica demanda de la Isla de medio siglo de participar en el sistema de Naciones Unidas, millones de seres humanos deben compartir este criterio a favor de una nación desarrollada y “un socio valioso y digno” que está dispuesto a ayudar como lo ha demostrado a lo largo de siete décadas.

Sin embargo, pienso que las autoridades taiwanesas enfocan sus reclamos hacia el objetivo equivocado por cuanto fueron los Estados Unidos, quienes a principios de la década de los años 70, negociaban en secreto con los líderes de la revolución comunista de la República Popular China un acercamiento con el gigante asiático.

El presidente de los EEUU Richard Nixon, antes de ocupar la Casa Blanca, había escrito en el otoño del 67, un ensayo titulado “Asia after Vietnam”  anticipando que no se podía permitir dejar para siempre a China fuera de la familia de las naciones “para que alimente sus fantasías, agudice sus oídos y amenace a sus vecinos”.

Nixon era de los que planteaba que Estados Unidos y el mundo obtendrían beneficios atrayendo a China y preveía que podía ejercer un contrabalance al poder de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En ese entonces había surgido un distanciamiento por cuestiones ideológicas entre China y los soviéticos, incluso, en el 69, hubo un enfrentamiento entre soldados de ambas naciones en la zona fronteriza del río Ussuri que por poco y desata una guerra.

La historia recoge que el Gran Timonel, como se hacía llamar Mao Tse Tung, habría confiado a uno de sus asistentes que a diferencia de los soviéticos, los estadounidenses nunca habían codiciado partes del territorio chino. Mao estaba convencido de que Nixon era el líder de los anticomunistas, no obstante, aseguró que le gustaban los derechistas “porque dicen lo que piensan, no como los izquierdistas, que dicen una cosa y piensan otra”. Negociar con Nixon podría ser provechoso.

En este contexto, desde el Kremlin los líderes de la revolución bolchevique estaban inquietos por lo que calificaban como la “política aventurera de Mao” a quien consideraban una persona muy peligrosa así como al resto de la nomenclatura china. Esto lo habría confiado el premier soviético Alexei Kosygin al entonces presidente de EEUU Lindon B Jhonson.

TAIWÁN ESTABA EN EL CENTRO DE LAS DISPUTAS ENTRE AMBAS POTENCIAS

Una vez instalado en la Casa Blanca, Nixon empezó a tejer su plan de acercamiento a China, manejado con secretismo extremo del que solamente un reducido número de personas conocían a lo interno de su administración y que contó con la participación decidida de elementos foráneos estadounidenses, entre ellos el presidente de Pakistán.

Henry Kissinger, quien se desempeñaba como Consejero de Seguridad Nacional es el delegado por Nixon para llevar adelante la misión y se arregla un viaje en abril del 71 por varios países asiáticos que incluía Saigón, Bangkok, Nueva Delhi y la capital Islamabad. Allí durante su estancia en la capital pakistaní Kissinger simularía sufrir de fuertes dolores estomacales, era la coartada en complicidad con el mandatario pakistaní para trasladarlo a una casa de campo y que durante dos días se perdieran sus huellas. Era el momento de desplazarse en horas de la madrugada en un avión facilitado por Islamabad a Beijing sin despertar sospechas.

El guion estaba escrito a la perfección y Kissinger arribó cinco horas más tarde a la capital china mientras que el propio Secretario de Estado de EEUU, William Rogers, ignoraba los acontecimientos. El enlace de Kissinger era el embajador norteamericano en Pakistán Joseph Farland, que había sido instruido por orden de Nixon para arreglar el viaje del consejero Kissinger.

En Beijing Kissinger fuer recibido por el primer ministro chino Zhou Enlai de quien Kissinger dijo más tarde: “No he conocido otro líder, con la excepción de De Gaulle, que tuviera una comprensión semejante de los acontecimientos mundiales”.

Durante las reuniones en el marco de las 48 horas que Kissinger estuvo en Beijing, el premier chino Zhou Enlai, que acumulaba una experiencia inigualable de 22 años  a la sombra de Mao, dio su versión sobre el mundo tras aseverar que Taiwán era parte de China y que las grandes potencias conspiraban contra su país. Testimonios posteriores publicados en la prensa mundial por boca del propio Kissinger, el dirigente chino no solo se refirió a la URRSS y EEUU, sino también a la “militarista” Japón y a la “agresiva” India. Al final, Zhou también compartía la necesidad de un acercamiento con los Estados Unidos.

Nixon aterrizaría en Beijing meses después, en febrero de 1972. Los Estados Unidos sabían a la perfección que Taiwán sería un asunto de gran relevancia para los chinos. En un memorando desclasificado sobre una reunión en la Casa Blanca el 1 de julio de 1971, Nixon habría advertido a Kissinger que en ningún momento debía ni siquiera sospecharse como que Estados Unidos estaba traicionando a Taiwán. Incluso, debía mostrarse lo más enigmático posible sobre la disposición de Washington de hacer concesiones sobre este tema.

En efecto, Zhou Enlai puso sobre la mesa la cuestión de Taiwán como el principal aspecto de la relación entre las dos potencias. El premier chino dejó claro a Kissinger de que para que hubiera un restablecimiento pleno de las relaciones diplomáticas, Washington debía aceptar que la Isla era una parte inalienable de China y una provincia de China, anular el Tratado de de Defensa Mutua suscrito con Taiwán y reconocer al Partido Comunista de China como el único gobierno de China.

Kissinger le respondió a Zhou que Estados Unidos no apoyaba la solución de “dos Chinas” ni de “una China-un Taiwán”, sino que aceptaría cualquier evolución política acordada por las partes y que esperaba que esa evolución fuera pacífica. 

En diciembre de 1978 en lo que se considera como un acontecimiento histórico, Estados Unidos reconoce a la República Popular China China estableciendo relaciones diplomáticas plenas rompiendo su tradicional alianza con Taipéi. Ese fue el espectacular giro de la política estadounidense y que fue el resultado de intensas negociaciones iniciadas con la visita a Beijing de Nixon, luego Gerald Ford. Washington había aceptado las tres condiciones impuestas por China. Ironía o no, el presidente Jimmy Carter, quien hizo el anuncio, manifestó durante su alocución de diez minutos por la televisión estadounidense que la normalización diplomática con Pekín no suponía un peligro para el bienestar del pueblo de Taiwán.

En octubre de 1971, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconocía a la República Popular China como el único representante legítimo de China ante las Naciones Unidas y despojaba de su asiento al delegado del gobierno de Taiwán.

Creo que hay razones suficientes, históricas y de peso para no perderse en este enfoque de quien es el verdadero arquitecto de los acontecimientos de hace medio siglo que cambiaron el mundo, la ONU fue el instrumento a través del cual se hizo posible lo que intensas negociaciones políticas habían anticipado.

Imagen de portada, Presidenta de Taiwán Tsai Ing-wen y vicepresidente Lai Ching-te.